Vida de oración

El llamado a ser Hermana de María de Schoenstatt es un llamado religioso – un llamado al compromiso de vivir una vida de fe y de amor a Dios y al cumplimiento de su voluntad en la vida diaria. La oración es indispensable para nuestra vocación y corresponde a nuestro alto grado de entrega.

Una atmósfera de oración

Para nosotras como comunidad es esencial fomentar una atmósfera de oración en nuestras casas. En medio de las exigencias de nuestro trabajo y apostolado, nuestro Fundador nos instó a fomentar “el claustro del corazón”. Nuestro corazón es un santuario en el que Dios y nuestra Madre Santísima esperan constantemente un encuentro de amor. Cultivar una atmósfera edificante – ya sea a través de nuestro hablar o de nuestro silencio – nos abre a estos encuentros con lo divino.

Oración mariana

Nuestra vida de oración es profundamente mariana. María es nuestro ejemplo de cómo debemos orar. En nuestra oración fomentamos nuestra Alianza de Amor con Ella y cultivamos también nuestra vinculación al Santuario – el lugar favorito de todas las Hermanas para rezar y estar con Dios y María. Tenemos adoración al Santísimo Sacramento, la que llamamos «guardia de honor mariana», pues queremos amar y adorar a Cristo como lo hizo María. Pasamos tiempo en oración espiritualmente con nuestro Padre y Fundador, pidiendo que su amor por María arda también en nuestros corazones. Todas nuestras oraciones comunitarias – la mayoría escritas por el Padre Kentenich – tienen un fuerte elemento mariano. Nuestro día está lleno de himnos de amor y alabanza a Nuestra Señora.

Oración apostólica

Nuestro trabajo apostólico y profesional abarca gran parte de nuestro tiempo, pues así lo quiso nuestro Fundador debido a nuestra marcada misión apostólica. Pero él también destacó la importancia de contar con momentos de oración a lo largo del día que nos unieran con Dios y nos dieran fuerza y profundidad para nuestro trabajo diario. De hecho, la atmósfera que creamos en y alrededor de nosotras a través de nuestra vida de oración es en sí misma un apostolado.

Esta atmósfera de oración ayuda a asegurar que todo nuestro día se convierta en una oración en la que adoremos la voluntad de Dios y nos esforcemos por vivir en unión con Él dondequiera que estemos y en todo lo que hagamos.

Estamos rodeadas por el mundo, sus valores y sus bienes. Nuestra época necesita personas que irradien los rasgos de Dios, que representen a Dios, que traigan a nuestro mundo un “pedacito de cielo”, que hagan a Dios y a María presentes y tangibles para los demás. Para dar a los demás esta experiencia de la presencia de Dios, debemos buscar su presencia en nuestras propias vidas.

“Tenemos que representar una corriente de vida e irradiar una atmósfera religiosa. Es un apostolado discreto pero extremadamente efectivo”.

(Padre José Kentenich)