GUIADAS POR LA DIVINA PROVIDENCIA

Testimonios vocacionales

Dios guía cada una de nuestras vidas de forma muy personal para ayudarnos a descubrir su plan perfecto para nosotros. La cuestión es: ¿estamos atentos?

Hicimos esta pregunta a tres hermanas:

«¿Cómo te guio la Divina Providencia en tu historia vocacional?».

Estas fueron sus respuestas:

«Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados» (Romanos 8:28).

Yo también experimenté esta realidad de forma muy tangible en mi vida. Cuando solo tenía tres años, mi papá trabajaba todos los días en una ciudad vecina, a unos 45 kilómetros de distancia en un solo sentido. Entonces le dio glaucoma en un ojo y acabó perdiéndolo, por lo que le resultaba difícil conducir. En esta situación, mis padres decidieron que era necesario mudarse a otra ciudad, más cerca de su trabajo. Por lo tanto, toda la familia nos mudamos allí. Al principio, esta mudanza fue difícil y supuso muchos desafíos, pero con el tiempo se convirtió en la mayor bendición para nuestra vida. Mi hermano y yo íbamos al jardín de niños y sucedió que la madre de uno de nuestros compañeros de clase invitó a mi mamá a un acto de Schoenstatt. Por otra parte, mis hermanos mayores también se introdujeron en Schoenstatt a través de los grupos juveniles parroquiales a los que asistían. Schoenstatt se convirtió entonces en parte de nuestra vida. Pude crecer en la rama femenina y, finalmente, escuché el llamado de Dios para convertirme en Hermana de María de Schoenstatt. La enfermedad de mi papá, que al principio fue devastadora, se convirtió en la puerta abierta para que recibiéramos la mayor de las bendiciones: Schoenstatt.

«No puede ser el sentido de tu vida tratar solo con números para siempre.»

Me fascina cada historia vocacional, ya sea para el matrimonio, para la vida consagrada o para la vida de soltera. En su divina providencia, Dios dispone el camino para cada uno de una forma tan única y original. En mi caso, no recuerdo la hora exacta en la que recibí el llamado de Dios, como San Juan. San Juan nos dice: «Eran como las cuatro de la tarde» (Juan 1, 39). Pero durante toda mi vida tengo un recuerdo muy vívido del lugar y de lo que estaba haciendo cuando Dios despertó en mí conscientemente algunos pensamientos vocacionales especiales. Trabajaba en un banco en Alemania y visitaba los diferentes departamentos. Un día, estaba trabajando en la máquina que imprimía los extractos bancarios cuando se me ocurrió el pensamiento: «No puede ser el sentido de tu vida tratar solo con números para siempre». Estaba sentada frente a esta enorme y ruidosa máquina que ocupaba toda la pequeña habitación, alimentándola con la información necesaria, cuando un pensamiento capturó mi corazón y mi mente: «No puede ser el sentido de tu vida tratar solo con números para siempre». A partir de ese día, comencé a buscar mi verdadera vocación. Tras un periodo de discernimiento, decidí ser misionera laica en África o América Latina a través de nuestra diócesis.

Cuando se lo conté a mi madre, me respetó y aceptó mi decisión, pero pensó que sería mejor para mí unirme a una comunidad. Hoy digo con gratitud que la providencia de Dios se manifestó a través de ella en aquel momento. Dejé que su consejo calara hondo y madurara en mí. Como conocía a las Hermanas de Schoenstatt y sabía que también tenían hermanas que trabajaban como misioneras, hablé con una clienta de nuestro banco, que era Hermana de Schoenstatt. Seguramente esto también fue obra de la Divina Providencia.

Más tarde, participé en un gran taller de jóvenes que organizó la diócesis durante la Semana Santa y que terminó con la celebración de la Vigilia Pascual. Este retiro fue otro regalo de la Providencia. Confirmó mi decisión. En un hermoso día de otoño de octubre, viajé a Schoenstatt (Alemania) y rellené los papeles para entrar en la comunidad de nuestras hermanas como misionera. La Divina Providencia guio mi camino hacia América, donde se me abrió una puerta para pasar muchos años haciendo trabajo misionero en México.

«¡Allí es donde todos pertenecemos!»

Hace poco, charlando con una persona mayor, me comentó que varios conocidos habían fallecido desde la última vez que hablamos. Intenté consolarla delicadamente diciéndole: «Bueno, recemos para que lleguen al cielo muy pronto». Para mi sorpresa, no se mostró triste. Al contrario, replicó entusiasmada: «¡Allí es donde todos pertenecemos!».

El hecho de que todos estemos hechos para el cielo fue un factor importante en mi discernimiento vocacional. Cuando me acercaba al final del bachillerato y me preguntaba hacia dónde encaminar mis estudios futuros, la Divina Providencia despertó en mí una pregunta insistente: ¿qué es realmente importante en la vida? Hay muchas cosas importantes, pero ¿cuál es la más importante? Me di cuenta de que, al fin y al cabo, lo único importante era la vida eterna con Dios. Sin embargo, esa comprensión no significaba que reconociera mi vocación.

No fue hasta que conocí a las Hermanas de María de Schoenstatt que me planteé seriamente si la vida consagrada era mi vocación. Así, mirando hacia atrás, puedo ver que la Divina Providencia utilizó un doble enfoque para mí: desde dentro, la «persistente» pregunta sobre qué es lo más importante en la vida, y desde fuera, el encuentro con las Hermanas de María de Schoenstatt y el aprendizaje de la misión de Schoenstatt de llevarnos a todos de vuelta al Padre. Gracias a las Hermanas, fui descubriendo cómo Dios y la Mater querían que dedicara mi vida a este gran objetivo de ayudar a mucha gente a llegar a ese lugar «¡al que todos pertenecemos!».