Hna. María José Sousa
¿Te has tomado alguna vez el tiempo de admirar el rico simbolismo que encierran las ventanas de una iglesia católica? Si lo has hecho, quizá hayas descubierto muchas cosas interesantes: santos que no conocías, representaciones variadas de acontecimientos bíblicos, símbolos abstractos que hablan de nuestra fe, etc. También es posible que te hayas topado con una imagen peculiar: una madre pelícano alimentando a sus crías con la sangre de su pecho abierto. Una imagen chocante, no necesariamente edificante para el ojo ordinario. Sin embargo, es una imagen que dice mucho si sabemos lo que representa.
¿Lo hacen realmente los pelícanos? No. «El simbolismo de la madre pelícano alimentando a sus crías tiene su origen en una antigua leyenda anterior al cristianismo. La leyenda decía que, en tiempos de hambruna, la madre pelícano se hería a sí misma, golpeándose el pecho con el pico para alimentar a sus crías con su sangre y evitar que murieran de hambre. Otra versión de la leyenda era que la madre alimentaba a sus crías moribundas con su sangre para reanimarlas de la muerte, pero a su vez perdía su propia vida». (Padre William Saunders, catholiceducation.org)
Podemos ver claramente por qué los cristianos adoptaron esta imagen legendaria como símbolo de Cristo, que nos dio la vida eterna a través de la sangre de su corazón – que murió para que pudiéramos vivir. De hecho, este significado bastaría por sí solo para que la imagen del pelícano sacrificado ocupara un lugar en el corazón de todo cristiano. Sin embargo, esta sorprendente imagen también puede decirnos algo sobre quiénes somos como seres humanos.
En su Carta Apostólica Mulieris Dignitatem, San Juan Pablo II escribió:
«El ser humano – tanto varón como mujer – es el único ser en el mundo que Dios ha querido por sí mismo. El ser humano es una persona, un sujeto que decide por sí mismo. Al mismo tiempo, el hombre no puede encontrarse plenamente a sí mismo si no es mediante una entrega sincera de sí mismo… No se trata de una interpretación puramente teórica, ni de una definición abstracta, pues da una indicación esencial de lo que significa ser humano, al tiempo que subraya el valor del don de sí, del don de la persona». (San Juan Pablo II, Mulieris Dignitatem, 1988, vatican.va)
Sólo somos plenamente humanos cuando nos hemos entregado por completo. A continuación explica que para la mujer este «don sincero de sí misma» tiene lugar cuando ama a los demás. Por tanto, «la dignidad de la mujer está estrechamente ligada al amor que recibe por razón de su feminidad; está igualmente ligada al amor que da a cambio ». Nos entregamos cuando amamos. Una mujer que no ama, que no se entrega desinteresadamente a los demás y por los demás, nunca encontrará la plenitud y la verdadera felicidad.
Entrega receptiva
Este pensamiento me lleva a cuando estaba discerniendo mi vocación. Durante una conversación con una amiga de la familia, ella expresó que no podía entender cómo las mujeres consagradas podían llegar a ser felices sin tener hijos. Consideraba que sus hijos eran la causa de su alegría y sencillamente no comprendía cómo una mujer podía sentirse realizada en otra cosa que no fuera ser madre. Poco sabía ella que Dios, como Creador y Padre, también es consciente de esto cuando llama a las mujeres a la vida consagrada. Al llamarnos a renunciar a los hijos físicos, también nos llama a abrir nuestros corazones para abrazar al mundo entero en la maternidad espiritual. Sin embargo, en parte tenía razón. Una mujer consagrada sólo puede ser plenamente feliz cuando su entrega a Dios se expresa en el amor a sus numerosos hijos espirituales. En efecto, todas las mujeres estamos llamadas a ser madres, porque el instinto maternal en la mujer no es una mera consecuencia de su realidad corporal, sino un atributo innato de su alma femenina. Por eso el Padre Kentenich describió la esencia de la mujer como «entrega receptiva». Tenemos una capacidad extraordinaria para recibir, pero también para dar. Así, todas las mujeres están llamadas a compartir el amor de Dios – un amor que refleja la imagen de la madre pelícano, que se abre el pecho con su propio pico por el bien de sus hijos.
Madres para el mundo
¿Es la imagen gráfica del pelícano sacrificado un símbolo de la maternidad espiritual? Sí. Una madre espiritual alimenta la vida de sus hijos espirituales con sus oraciones, sus sacrificios, su servicio desinteresado, sus consejos y orientación, su educación, su presencia. Su amor no se limita a los lazos de sangre, sino que abarca el mundo entero. Aunque la maternidad física está reservada a las que están llamadas a la vida matrimonial, la maternidad espiritual es una capacidad concedida a todas las mujeres, independientemente de su edad, profesión, origen o estado de vida. A nosotras nos corresponde desarrollarla y hacerla fructificar.
Así pues, la próxima vez que nos encontremos con la imagen de la sacrificada madre pelícano, podemos dar gracias a Dios por habernos dado, como mujeres, la capacidad de entregarnos por completo a los demás, de nutrir y custodiar la vida, aunque ello exija la sangre de nuestros corazones. También podemos estar muy agradecidas porque nos ha dado una imagen real y aún más grande del amor materno en la Santísima Madre. Ella es para nosotros un modelo de lo que significa ser no sólo una madre física, sino también una madre espiritual para muchos.