«Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo.» (Juan 13,1). Una vez más, los 40 días de Cuaresma han llegado a su fin y nos encontramos en los días jubilosos de la Octava de Pascua. ¡Cristo ha resucitado! ¡Aleluya! ¡Verdaderamente ha resucitado! ¡Aleluya!
Habiendo vivido el tiempo más sagrado del año – el Triduo Pascual – hemos sido nuevamente introducidos en el gran misterio del amor infinito de Dios por cada uno de nosotros, de manera personal. ¡Él me ama! ¡Me ama tanto que sufrió y murió por mí! Cuántas veces hemos escuchado estas palabras. Sabemos que son verdad, pero, ¿realmente tocan nuestro corazón? ¿Comprendemos de verdad lo que significan?
El amor despierta el amor…
Nuestro fundador, el Padre Kentenich, subrayaba frecuentemente en sus homilías y charlas el hecho de que los santos comenzaron a ser santos en el momento en que se dieron cuenta de que eran amados. ¿No es esta una verdad profunda? El amor de Dios por nosotros tiene el poder de transformarnos, de sanar nuestras heridas, de liberarnos de nosotros mismos y de llevarnos a las alturas del amor y la santidad. Solo necesitamos permitir que ese amor nos llene – dejar que Él nos ame. El amor despierta el amor. Cuando te das cuenta de que alguien realmente te ama, no puedes evitar amarle también. Esto también se aplica a nuestra relación con Dios. Cuanto más reconocemos – no solo con la mente, sino con el corazón – la verdad de que Dios nos ama, nos ama profundamente, más crecerá nuestro amor por Él y dará fruto en nuestra vida.
…y la confianza
Reconocer el amor de Dios por nosotros es también un paso esencial en nuestro camino vocacional. Cuando realmente creemos que el Padre nos ama tanto que envió a su Hijo único para morir en la cruz por nosotros, entonces crecerá nuestra confianza en su plan para nuestra vida. Alguien que nos ama con un amor tan infinito solo puede querer lo mejor para nosotros. No necesitamos tener miedo de que su plan nos aleje de la felicidad. Él quiere nuestra felicidad más que nosotros mismos. Al fin y al cabo, el amor verdadero siempre desea lo mejor para el amado.
Por lo tanto, entrégate a su amor, deja que su amor te abrace. Tómate el tiempo durante estos días de Pascua para reflexionar sobre su amor personal por ti. ¡Él me amó y se entregó por mí! (cf. Gálatas 2,20) Al abrir tu corazón a su amor, comenzarás a buscar con mayor sinceridad la respuesta a la pregunta: “¿Cómo puedo amarlo mejor en respuesta? ¿Dónde y cómo puedo entregarme del todo por Él aquí en la tierra, para poder amarlo perfectamente por toda la eternidad?” Puedes estar seguro de que Él te mostrará el camino.