Sin vacilación

Por la Hna. M. Marcia Vinje

Meditemos sobre el primer Misterio Gozoso del Rosario del Instrumento que el Padre Kentenich escribió en el campo de concentración de Dachau.

Madre, sin vacilación das tu Sí
y puedes llevar a Cristo en tu seno.
Y como el Padre lo quiere de ti,
eres la Diaconisa, que prepara en silencio
la Ofrenda del sacrificio.
Adéntranos profundamente en tu misión;
haz de nosotros diáconos del Redentor.

La Anunciación es uno de los pasajes bíblicos que más nos dice sobre María[1]. Nos revela el amor con el que Dios la miró. Tanto la amó que le envió al ángel Gabriel para que le llevara su mensaje de alabanza: «Salve, llena de gracia» o como dice una traducción alternativa, «Alégrate, muy favorecida». Desde Adán y Eva no se habían pronunciado estas palabras a una persona humana. Luego, la proclamación casi aterradora: «El Señor está contigo». La Escritura nos dice que este saludo inquietó a María.

Portadora de una gran misión

Por supuesto, es una alegría y un consuelo saber que el Señor está cerca de nosotros y nos apoya, pero María era consciente de que cuando estas palabras bíblicas son pronunciadas por un ángel, significa que Dios ha la elegido para una misión especial, cuya realización está fuera de su alcance. [2] ¿No temblaríamos nosotros también? Sin embargo, María mantiene la cordura y pregunta, no por duda, sino para aclararse: ¿Cómo va a suceder esto, ya que soy virgen y estoy consagrada al Señor?

A menudo pienso que el ángel evade esta pregunta. Gabriel no da una respuesta directa, sólo dice que el Espíritu Santo la cubrirá con su sombra. ¡La sombra que señala la presencia especial de Dios! La misma que encontramos en el desierto del Sinaí,[3] guiando a los israelitas hacia la Tierra Prometida, o cubriendo el arca de la Alianza[4] y llenando el templo con la gloria de Dios.[5] María, sin embargo, se da cuenta de que el misterio de su misión personal es demasiado grande para explicarlo con palabras. Con toda humildad da su consentimiento: «He aquí la esclava del Señor. Hágase en mí según tu palabra».

Es en este punto de la narración cuando el P. Kentenich comienza su meditación:

Madre, sin vacilación das tu Sí

y puedes llevar a Cristo en tu seno.[6]

Sin vacilación

Qué ejemplo tan grande nos da para cuando necesitamos discernir la voluntad de Dios para nuestra vida: sin dudar dice su Fiat,[6] su sí. Sin excusas, sin falsa humildad de creer que no es digna o no tiene los talentos necesarios. Si el Padre lo pide, entonces da un sí alegre, dispuesto, ávido. Esto sólo es posible en el corazón de una persona que confía totalmente en Dios, y que ha dejado de lado sus propios planes. Ciertamente, esto no estaba en el radar de María para la misión de su vida.

Con el sí dispuesto llega el cumplimiento de la promesa, el Salvador es concebido primero en su corazón y luego en su vientre. Notemos el énfasis que se le permite llevar al Señor. Ella no buscaba un lugar de honor, pero ahora se le permite participar en el gran acto de la redención.

La oración continúa:

Y como el Padre lo quiere de ti,
eres la Diaconisa, que prepara en silencio

la ofrenda del sacrificio.

Preparadora del sacrificio

Cuando el P. Kentenich utiliza el término «diaconisa», no se refiere a alguien que ha recibido la ordenación. Para él es una relación espiritual entre Cristo, el Sumo Sacerdote, y María la Corredentora. Ella está al lado de Jesús para ayudarle en su ministerio sacerdotal. María no es simplemente una madre que da a luz y luego se desvanece en la historia. Más bien, su papel de sierva o servidora personal del Mesías, significa que está íntimamente relacionada con el misterio de la salvación.

Al igual que el diácono prepara el pan y el vino y los entrega al sacerdote para ser ofrecidos, María prepara la Víctima del sacrificio eterno. Ella da a Jesús su cuerpo terrenal que le permite expiar la ruptura de la alianza entre Dios y el hombre. María da a su hijo su propio ADN, su sangre, su alimento, su oxígeno, en fin, todo lo que un niño recibe de su madre para vivir y desarrollarse. Y ésta es la voluntad del Padre.

Es la voluntad del Padre que el Hijo de Dios asuma una naturaleza humana, convirtiéndose en su misma Persona en la alianza inquebrantable que une lo humano con lo divino. Es la voluntad del Padre que una madre humana sea elegida como instrumento para recibir la encarnación. Es la voluntad del Padre que María esté junto a Jesús por toda la eternidad como la nueva Eva para el nuevo Adán,[8] y ahora Jesús sale del cuerpo de María.

El papel de María como diaconisa espiritual aparecerá de nuevo en la presentación del Niño en el templo,[10] cuando ofrezca al Hombre-Dios al Padre, según la ley judía. El hijo primogénito no pertenece a sus padres naturales, sino a Dios mismo. Ella lleva de nuevo el sacrificio para ser ofrecido. En Caná, está junto a su Hijo cuando éste realiza su primer milagro[11]; para volver a ofrecer libremente el sacrificio al Sumo Sacerdote en el mayor sacrificio de todos los tiempos.

Un ejemplo para nosotros

Las últimas estrofas de la meditación del rosario nos llevan a prestar atención a nuestro propio papel:

Adéntranos profundamente en tu misión;

haz de nosotros diáconos del Redentor.

Sí, como miembros de la Iglesia de Cristo, también nosotros estamos llamados a ser servidores del Redentor. Le pedimos a María que nos ayude, pero también que se asocie con nosotros al imitar su papel de sierva. Más aún. Compartimos la misión de María. Ella es nuestra Madre y de ella heredamos nuestro legado espiritual.

Con ella y en ella podemos decir nuestros pequeños fiats a la voluntad del Padre.


[1] Lucas 1, 26-38

[2] Ver, por ejemplo, Génesis 31, 3; Deuteronomio 20, 4; Jueces 6,12

[3] Éxodo 33, 9

[4] Éxodo 40, 34

[5] Ezequiel 10, 4

Rosario del Instrumento, Hacia el Padre

[7] Latín – «Hágase en mí»

[8] 1 Corintios 15, 45

[9] Génesis 2, 21-22

[10] Lucas 2, 22-38

[11] Juan 2, 1-12

[12] Juan 19, 25