Las experiencias de una costurera viajera

Hna. Adelamarie Arth

Coser para nuestra misión en todo el mundo

Como costurera de nuestra comunidad, tengo la gran alegría de ayudar a nuestras hermanas confeccionando para ellas nuestro vestido uniforme, el vestido de María. Es un trabajo hermoso que conlleva mucha oración. Mientras coso cada vestido, rezo por esa hermana y por el trabajo que realizará con ese vestido, ya sea la hermana que acoge a los grupos de estudiantes de escuela elemental, o que dirige las peregrinaciones de adultos, o que trabaja como hermana de la juventud, o como contable, enfermera, superiora, secretaria, etc. Sea cual sea el trabajo que realice, cada hermana lo hace como reflejo de María en el mundo. Así, cada hermana da forma al mundo a través de su ser, y el vestido que lleva le ayuda a realizarlo. Lo que vestimos dice algo acerca de lo que somos. A través de nuestro vestido, decimos al mundo que estamos consagrados a Dios y a la Virgen. Es una gran alegría para mí saber que, a través del trabajo que hago, puedo ayudar directamente a cumplir nuestra misión en el mundo. Sin en embargo, recientemente, no sólo mis oraciones y mis vestidos fueron enviados a ser parte de nuestra misión en el mundo; yo también fui enviada a coser a otro país y pude experimentar una nueva perspectiva de nuestra gran misión.

Enviada a Puerto Rico

En medio de la pandemia, mientras todos nuestros centros de retiro estaban cerrados, me pidieron que fuera a Puerto Rico durante algunos meses para coser vestidos nuevos para nuestras hermanas de allí. Como ya he hecho muchos vestidos para nuestras hermanas, tengo una buena idea de lo que se necesita utilizar para confeccionar cada vestido. Empaqué todos los materiales y herramientas que necesitaba. No sabía exactamente qué tipo de máquinas de coser tenían allí, pero aparte de eso, pensé que tenía una idea bastante buena de lo que podía esperar cuando llegara a Puerto Rico. Sin embargo, me sorprendió mucho la cantidad de alegrías inesperadas que también me esperaban al llegar allí.

Una experiencia de familia

Llegué el 1 de noviembre de 2020 y pude quedarme hasta finales de febrero, 2021. Esto significó que estuve allí durante el Adviento, la Navidad, algunas otras fiestas litúrgicas y parte de la Cuaresma. Como estadounidense, fue hermoso vivir estas épocas allí y ver las semejanzas y las diferencias entre nuestras culturas. Fue especialmente hermoso experimentar de nuevo que nuestra comunidad es realmente una familia. Las hermanas se alegraron de poder acogerme y fue un gran regalo para mí poder llegar a conocer mejor a cada una de ellas. También fue un regalo ver cómo nuestra comunidad y Schoenstatt, y realmente nuestra fe católica en general, son lo mismo sin importar dónde estés, pero al mismo tiempo, cómo cada lugar tiene su riqueza única.

Probablemente la mejor de todas las experiencias fue la Navidad. Cuando entré en nuestra comunidad y viví mi primera Navidad como hermana, experimenté la belleza y la grandeza de esta fiesta de una manera nueva. Sin embargo, uno podría pensar que tal vez sólo es así de hermosa cuando estás rodeada de la novedad del noviciado, o tal vez sólo es así de hermosa en nuestra casa provincial. Sin embargo, ahora puedo decir realmente que la Navidad en nuestra comunidad es hermosa. Aunque me encuentre en un clima y una cultura totalmente diferentes; aunque nuestras canciones tengan un ritmo distinto y las historias de Navidad estén en otro idioma, el ambiente es igual de bonito. Realmente somos una familia, y nuestra alegría familiar puede cruzar fácilmente océanos y culturas. Esto es cierto para la familia de nuestras hermanas y también para nuestra familia católica. Las liturgias tenían un ritmo un poco diferente, con música diferente en un idioma extranjero, y tampoco seguíamos el mismo ritmo de sentarse, levantarse y arrodillarse al que estoy acostumbrada, pero llegué a ver lo pequeños que son esos detalles. La santa misa seguía siendo la misma. Las lecturas, las oraciones y, sobre todo, la atmósfera, seguían siendo iguales. Realmente nos reunimos como Familia de Dios para alabarle por los regalos – grandes y grandísimos – que nos ha hecho.

La vida desde un perspectivo nuevo

Durante esos cuatro meses, disfruté viendo la vida desde una nueva perspectiva. Pude experimentar por mí misma que nuestra comunidad, nuestra Iglesia y nuestro mundo están llenos de una diversidad muy enriquecedora a la que puedo contribuir, pero también de la que recibo muchos regalos. A finales de febrero, realmente me había enamorado de la cultura puertorriqueña, pero como toda mi costura estaba terminada, era hora de regresar a casa y compartir la riqueza que había recibido con mis hermanas que me esperaban de vuelta en Wisconsin. A pesar de lo hermosa que fue la experiencia, estoy contenta de estar de vuelta en nuestra casa provincial con un nuevo incentivo para ofrecer mis oraciones y capital de gracia para nuestras hermanas y nuestra misión mundial.