Oración del Santuario del Corazón

Hermana M. Marcia Vinje

Fue durante los años que el Padre Kentenich estuvo en Milwaukee que el santuario hogar comenzó a florecer. El comprender que uno podía invitar a la Madre Tres Veces Admirable a su propia casa y desde allí, recibir las tres gracias especiales de peregrinación, entusiasmó especialmente a las familias. Pero, ¿qué pasa con los que no tienen casa propia? La respuesta del Padre Kentenich a esa pregunta vino en forma de un poema que escribió en mayo de 1965 en el que expresaba que también el dormitorio podía convertirse en un santuario e, incluso, el propio corazón.

En el bautismo cada uno de nosotros se convierte en un templo del Señor, en un santuario, en una iglesia, desde donde la Santísima Trinidad se lanza sobre su amada creación, no sólo para descansar allí, sino también para llevar adelante su continua obra creadora desde el corazón. ¡Qué gran misterio es pensar que Dios Todopoderoso pueda gobernar la tierra desde nuestro interior, si se lo permitimos! La Oración del Santuario Corazón explica con detalle lo que ocurre cuando Dios toma posesión de un alma.

Mi habitación (corazón) es tu Santuario, donde actúas para gloria del Padre.

Primero se dirige a la Virgen, porque el Santuario de Schoenstatt es su trono. Cuando entra en nuestros corazones y los convierte en otros santuarios, lleva a cabo su misión última, es decir, procurar que el Padre Dios sea glorificado cada vez más en cada una de nosotras.

Allí él transforma todo mi ser en tabernáculo predilecto de la Trinidad.

Ahora el Padre toma las riendas de las manos de María y desde dentro lo cambia todo. No sólo somos un santuario de la Trinidad, sino el santuario más amado. ¿Cómo podemos entenderlo? No en el sentido de compararnos con los demás, tampoco en el sentido que seamos más amados que nadie, sino que se refiere a la profundidad del amor del Padre. En verdad, cada uno recibe la plenitud absoluta del amor de Dios, todo lo que podemos contener.

El resto de la oración describe lo que ocurre cuando el alma es transfigurada por la presencia divina:

donde siempre arde una lámpara perpetua y nunca se apaga el fuego del amor…

La luz del santuario eternamente encendida en una iglesia nos asegura que el Señor está realmente presente allí. La luz en nuestros corazones es una luz divina que señala la presencia de Dios y que ilumina la mente y enardece el corazón, siempre que no se atenúe por nuestro alejamiento personal pues su amor es interminable y siempre fiel.

donde, por sacrificio tras sacrificio, se expulsa del corazón el egoísmo…

El sacrificio repetido se refiere al templo donde, en antaño, los sacrificios al Señor se ofrecían sobre el altar día tras día, hora tras hora. En nuestra vida, los sacrificios ofrecidos a Dios, ya sea de renuncia o de consagración, nos ayudan a demostrar que Dios es único y exclusivo para nosotras y que giramos solo en torno a él. Este repetido alejamiento del yo y de nuestros propios deseos y este girar hacia el Padre, nos da cada vez más fuerza para poner nuestra atención en el otro y no en nosotros mismos.

donde rosas adornan el altar y azucenas florecen siempre de nuevo…

Las rosas son el signo tradicional del amor. Para muchos de los hijos espirituales del Padre Kentenich, también simbolizan la entrega en la alianza de amor. Esto se debe a que un grupo de matrimonios de Milwaukee había decorado el santuario con rosas rojas con motivo de su alianza de amor. El Padre Kentenich interpretó entonces cada parte de la rosa con un significado espiritual. El lirio evoca la pureza inmaculada de María y es su símbolo en el arte. María permanece intacta por el pecado porque está llena de la presencia del Señor. También nosotros queremos decorar el santuario de nuestro corazón con rosas espirituales de amor y lirios de pureza mariana para dar alegría al Padre y expresar nuestra gratitud por la presencia de la Trinidad en lo más profundo de nosotros.

donde se siente una atmósfera de paraíso, que eleva el corazón y el pensamiento…

En el momento de la creación, el Espíritu Santo se movió sobre el caos como un viento poderoso para traer el orden y la armonía que culminaron en el jardín del paraíso. La mayoría de las veces respira con sólo una suave brisa en nuestras almas para reproducir la paz del paraíso. Con la presencia de Dios en nuestros corazones tenemos un sabor a cielo que aleja nuestra atención de lo mundano y nos ayuda a ver todo bajo una luz sobrenatural, desde el punto de vista de Dios. ¡Qué agradecidos están nuestros corazones al contemplar la creación en todo su esplendor, como la ve el propio Padre!

donde, al igual que en la eterna Ciudad de Sión, el espíritu del mundo no tiene cabida…

El monte Sion, la colina de Jerusalén donde se levantaba el templo, pasó a simbolizar la presencia de Dios en medio de su pueblo elegido. En el libro del Apocalipsis[1], la ciudad santa nos revela el nuevo cielo y la nueva tierra, donde el Padre se sienta en el trono y el Cordero inmolado vence todo mal. Aquí en la tierra queremos ser una colonia del cielo[2] donde vivamos en la presencia constante del Padre y así dejemos de lado nuestras preocupaciones mundanas para hacer su voluntad.

donde reina la paz y sonríe la alegría pues el ángel de Dios custodia vigilante…

La paz y la alegría son frutos del Espíritu Santo[3] y signos de que el corazón está lleno de lo divino. En el Cántico al Terruño, escrito por el Padre Kentenich, nos muestra la causa de la alegría: ¿Conoces aquella tierra transida de alegría, porque en ella el Sol nunca tiene ocaso: donde los corazones viven en el reposo por la posesión de los bienes eternos…”[4] Sí poseemos en nuestro santuario corazón el Bien Eterno, Dios mismo, eso nos trae la paz. Nuestro ángel de la guarda vela por nosotros para que no perdamos estos preciosos dones.[5] ¿O es el ángel que custodiaba el jardín del Edén,[6] porque ahora nuestro santuario del corazón se ha convertido en un pequeño paraíso?

donde Cristo domina y triunfa y conduce todo el mundo hacia el Padre.

Esta última línea de la oración resume la victoria de la salvación que sigue actuando en nuestra vida cotidiana. El Señor revive su vida en nosotros. La batalla final se libró y se ganó en el misterio pascual. Cristo ha vencido al pecado y a la muerte; ha realizado todo lo que el Padre quería de él y ahora nos lleva con él a la meta final, la unión con el Padre para siempre.

Vemos que la actividad de la Trinidad en nosotros está condensada en estas líneas. Contienen la teología de la inhabitación divina, ese misterio que Dios anhela instalar en sus hijos amados. No se puede cuestionar la verdad de esta invitación. Y cuando abrimos nuestro corazón para dejar que la Trinidad viva y actúe en nosotras, ésta es la mejor vacuna contra el espíritu del mundo que se opone a los planes de Dios. Cada uno de nosotros lleva este tesoro en su interior, con las cualidades que nos hacen conscientes de nuestra dignidad de ser hijos de Dios. ¡Abramos nuestro corazón a estos dones!


[1] Capítulo 21

[2] Cf. Filipenses 3:20

[3] Gálatas 5:22

[4] Hacia el Padre 160

[5] Salmo 91:11

[6] Génesis 3:24