Una mujer de pocas palabras y con una irrandiante forma de ser

Regreso al Hogar Eterno

El 17 de enero, el Padre celestial llamó a nuestra querida Hermana M. Helma Mueller al hogar eterno, justo tres días después de haber cumplido 101 años. Ella era una de las últimas dos hermanas pioneras que quedaban en nuestra Provincia Norteamericana y gozaba del profundo aprecio de todos los que la conocieron y la consideraban como una joya especial de la provincia.

Primeros Años de Vida

La Hna. M. Helma nació el 14 de enero de 1921, en Herishäusern, cerca de Tettnang, en la diócesis de Rottenburg, Alemania. Creció en el seno de una familia católica de agricultores junto a dos hermanas. También tuvo un hermano que murió en la guerra. Después de asistir por siete años a la escuela primaria, ayudó en la granja familiar y también hizo un curso de taquigrafía y mecanografía. La referencia de carácter dada por el párroco ofrece una iluminadora descripción de la Hna. M. Helma al describirla como, «libre de toda falsa piedad, pacífica y con un juicio sano, profundo y enérgico. Todo su ser es sencillo y simple; en sus relaciones con los demás es extraordinariamente compatible y siempre está dispuesta a ayudar. Hasta ahora, como hija mayor, ha tenido que ayudar en la granja familiar; de lo contrario, hubiese podido continuar sus estudios ya que posee las capacidades necesarias para hacerlo. … Sólo me resta recomendarla positivamente».

Siguiendo el Llamado de Dios

La Hna. M. Helma entró a las Hermanas de María de Schoenstatt en mayo de 1946. Celebró su recepción solemne, en la que recibió su traje mariano el 19 de diciembre junto con otras 95 novicias.

La Hermana M. Helma fue una de las ocho hermanas pioneras originales que llegaron a Madison, Wisconsin, en noviembre de 1949 para ayudar a cumplir el deseo del Padre Kentenich que Schoenstatt creciera en los Estados Unidos. Los primeros años de su experiencia misionera los pasó en el Seminario de los Padres Palotinos, Reina de los Apóstoles, donde ayudó en la cocina, la lavandería y la sacristía, mientras se esforzaba por aprender el idioma inglés. Los talentos de la Hna. M. Helma en la cocina fueron pronto descubiertos y apreciados.

Una Líder Servicial y Fiel

Desde el principio, la Hna. M. Helma asumió un papel de liderazgo natural entre las hermanas debido a su autoridad de ser. y sirvió como superiora en varias filiaciones a través de los años. En 1978, fue nombrada superiora provincial, cargo que ocupó hasta 1991. Todo este periodo fue uno de gran desarrollo en la provincia: en número, en amplitud y en profundidad espiritual. La actual casa provincial en Waukesha, Wisconsin, fue diseñada y construida bajo su dirección, y desde que terminó su nombramiento como superiora provincial, vivió en ella, cumpliendo diversas tareas hasta los últimos años, cuando sus fuerzas mentales y físicas disminuyeron gradualmente.

La Hna. M. Helma valoraba mucho la virtud de la fidelidad. En todos sus años como superiora y como superiora provincial, ella cuidó a las hermanas encomendadas a su cuidado de forma muy cálida pero también de forma muy objetiva y trató de conducirlas a una santidad genuina, especialmente a través de su ejemplo.

Una Mujer de Pocas Palabras, pero de una Forma de Ser que Irradiaba

En efecto, la Hna. M. Helma no era una mujer de muchas palabras. Evitaba ser el centro de atención, pero era genuina como el oro, y profundamente querida y estimada. El Padre Kentenich dijo una vez que la Hna. M. Helma tenía un corazón de oro, y muchas hermanas lo atestiguan por su propia experiencia con ella. La Hna. M. Helma también tenía un sentido del humor seco y rápido, que mantuvo incluso cuando envejeció. Fue un honor y una alegría especial para las hermanas que trabajaban en nuestra enfermería cuidar de la Hna. M. Helma. En los últimos años de su vida estuvo postrada en cama, pero siempre fue una paciente dócil y felizmente tranquila que irradiaba paz y un espíritu de entrega sencilla.

Agradecemos por el regalo de su vida ejemplar de fidelidad y entrega total a Schoenstatt y a nuestra comunidad. Después de una vida ricamente bendecida de más de 100 años, «ahora es el momento» de ofrecerla al Padre Celestial como un regalo muy preciado. Que descanse en paz.